Recorriendo Santiago Por Camilo


Mis mochilas pesan bastante pero aun así, me dispongo a caminar por mis antiguas calles. Viajo sentado en el piso del metro, siendo observado por personas cada vez más sistemáticas. El aire es espeso, casi tangible, producto del estrés irradiado por los usuarios. Desciendo del metro para salir al centro de la ciudad. Aún es temprano y las tiendas permanecen con las persianas abajo, esperando el cotidiano tumulto de personas que suele existir. Mis brazos están cansados por el peso, me tomo un descanso en la banca más fría de Ahumada. Las personas comienzan su ir y venir, cada segundo más apurados, cada segundo perdiendo más su libertad. Sin darme cuenta, ya ha pasado dos horas, debo seguir mi recorrido en dirección a mi antiguo barrio. Llegando a Mapocho, el olor de la carne descompuesta y la jerga marginal me hacen sentir cerca de mi hogar. Caminando por independencia, los viejos grafitis me provocan lágrimas que rápidamente se volvieron llantos al ver que estaban más deteriorados que antes o con otros dibujos más nuevo encima. Mi camino sigue, mis brazos sudan sangre y mis pasos son cada vez más torpes. Llego a mi antiguo barrio, buscando el cálido abrazo de las gente que extrañaba. No obstante, olvido que en verano las personas suelen salir. Finalmente llego a la casa de mi mejor amigo, con quien me entero que mi casa antigua fue demolida el año pasado. Esta no es mi ciudad, ni mi barrio, ni mis calles y ni mis esquinas. Esta es una ciudad de mierda, un barrio perdido, calles erosionadas y esquinas llenas de delincuentes con pinta de travestis muy mal pintados.

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